Un día en el aeropuerto.


Esta mañana he leído un artículo en el País sobre el atentado frustrado en un avión de Detroit (EEUU). El escrito anuncia que la seguridad de EEUU alertó sobre el peligro del terrorista nigeriano cuando ya estaba en el avión... algo absurdo e ilógico.
Está claro que los planes de seguridad fallan en aviación, pero a veces por el exceso de celo llegan al absurdo.

Recuerdo el viaje a Finlandia que hicimos junto a mi hermano y Ari. Para llegar a Helsinki, tuvimos que hacer escala en Berna, Suiza.

En el aeropuerto, como iba muy cargada y no podía con todo, le di mi neceser tipo samsonite a Eduardo (no quiero hacer publicidad, pero así os hacéis una idea de lo que llevaba).

Mientras esperábamos cola para pasar por el detector, me entretuve en colgarme la mochila, la cámara de fotos, la de video, en fin, iba como una auténtica turista. En el mismo momento que me recreaba en ordenar todos aquellos bártulos sobre mí, Eduardo pasó tranquilamente por el detector sin que yo me diera cuenta. En ese instante el arco pito.


Cuando alcé la vista pude ver como Eduardo hablaba con los dos agentes suizos mientras me señalaba con el dedo. Uno de los agentes era una mujer, que muy amablemente me indicó con sus gestos que pasara delante de varias personas que iban en la cola y atravesara  el arco de seguridad. Cuando lo hice, la señora me empezó hablar, pero yo no descifraba el mensaje que salía una y otra vez de sus labios. Mientras, Eduardo se repetía así mismo, "qué fuerte, cómo se le ocurre". Cada vez entendía menos. Mientras miraba a marido con cara de "me estás poniendo de los nervios, cállate que no me entero de nada", el otro agente señalaba al neceser. " Sí , sí, es de ella", les señalaba Eduardo a los agentes. "Me cago en todo, este se entera" pensaba mientras toda la gente de la cola me miraba como si fuera una terrorista o una narco.

Mi corazón se aceleraba por momentos, tenía ganas de gritar a mi marido que no hacía más que repetirme lo mismo, al tiempo que el agente me hablaba mientras intentaba recordar la dichosa clave de tres cifras del candado que lleva incorporado. "Mi cumpleaños..., no el de Edu...será 1,2,3..." ¡Dios qué estrés!. Por fin logré acordarme: mi cumpleaños escrito al revés... qué original.

No me dio tiempo a subir la tapa cuando ya lo estaban registrando. Todas mis pertenencias íntimas salieron a la luz, mientras las depositaban en una caja para deleite de los presentes.  De repente salió el arma del delito ante las atónitas miradas: el cortaúñas . "Cariño ¡cómo se te ocurre meterlo en el avión!" ,"está loca", decía Eduardo. Quizás fuera mi imaginación o la gente que esperaba pacientemente en la cola se sintió defraudada con el peligrosísimo artefacto que los agentes mostraron. Faltó un ¡oohhhhh! por parte del público, ¡qué pena, no era droga ni bomba ni nada...!

Absurdamente y por señales tuve que explicarle a los agentes para qué lo quería. Sólo lo quería para lo que es, no para amenazar al piloto ni nada por el estilo. La situación se volvió disparatada y embarazosa.  Al principio eran reacios a dármelo. A mí, en ese momento ya me daba igual, sólo quería recoger mis cosas e irme. Al final el agente mujer se apiadó de la vergüenza que pasé, lo volvió a meter en el neceser y me lo entregó.


En este viaje aprendí varias cosas: no volver a llevar ningún neceser como maleta de mano, y otra y la más importante: con las uñas largas uno se rasca mejor.

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